Dos chicos duermen en la vereda de la calle Mendoza al 600, al paso de la gente, sólo observados por una mujer y una niña, mientras el mundo transcurre. Por las vestimentas de los transeúntes, parece un otoño cálido, y los chiquillos, ganados por el sueño, parecen estar en otro mundo, al que no le afectan el clima ni el bullicio de la peatonal. ¿De cuándo es la imagen? Fue sacada de Archivo para la publicación del 14 de junio de 1995, a propósito de la carta “Chicos de la calle” de la lectora Alicia Uriarte de Gallo, que hacía una profunda reflexión.
Decía: “Llamar a estos niños “chicos de la calle” en lugar de “chicos en la calle” no es sólo una cuestión gramatical. El lenguaje posee una fuerza generadora de realidad, legitima usos y prácticas sociales, sobre los cuales se asienta todo nuestro acaecer específicamente humano. ¿Son los chicos de la calle, o son de un hogar, de un padre y una madre, de una escuela, de un barrio en particular, y están en la calle porque ese padre y esa madre y ese hogar no pueden contenerlos, porque su contexto los expulsa, y porque abandonaron la escuela en razón de que necesitan estar en la calle para poder proveer a su diaria subsistencia? Si mi hijo pequeño estuviese en la calle, o el hijo de una vecina, la situación alarmaría porque no es un chico de la calle, sino que está en la calle. Probablemente me avisarían o me lo traerían, y en el caso de la vecina, yo le avisaría que su hijo está en la calle. Corresponde reflexionar sobre las implicancias sociales, no gramaticales, de estas pequeñísimas palabras (“de” o “en”, dos letras cada vez) y que sin embargo confieren tan distinta significación a nuestro tema. Como sociedad, y sobre todo desde los organismos oficiales y desde los medios de comunicación, tenemos el deber ético de tratar de modificarlas, para que ese “de” deje de ser tan eficaz mantenedor de la realidad”.
Recuerdos fotográficos: 1961. Tras un fuerte chaparrón, quedó inaugurado el lago del parque